-Amelia no ha ingresado en ningún registro de las
tropas, debe permanecer en el área de la cordillera-
-envíen a los bronces-
La orden de Midjar fue acatada de inmediato; los tres
oficiales de la alianza que se encargaban de la red de información tecleaban a
toda velocidad.
ella era muy tonta si permanecía dos días seguidos en
esa zona; y estaba convencido de que si hubiera salido de ahí ya estaría
detectada por los grupos de supervisión que rondaban las fronteras de esa
región; movilizaría a los siete escuadrones si era necesario para atraparla;
antes de lo que ella supiera estaría nuevamente demostrándole quien era él.
Salió de la sala de controles hacia la tercera planta
del edificio; aun necesitaba a los escudos de hierro para la misión de
restablecimiento del sector sur de la región, pero sin la dirección de su
capitana los estúpidos guerreros no parecían más que un puñado de afeminados
con armamento de alta tecnología pero inútil.
-señor…-
La voz suave lo sacó de sus elucubraciones, posó su
mirada poderosa en la ruborizada y esbelta mujer; el traje negro y azul le
quedaba maravillosamente ajustado alzando sus pechos y hundiéndose
indecentemente entre sus labios inferiores; tenía que aceptar que el diseño
aerodinámico del escuadrón de tecnología era perfecto. La tela del grosor del
ala de una libélula, tan suave al tacto como la seda pero tan fuerte como una
armadura de plomo; jamás en la historia humana se había creado tal nivel de
protección y eficiencia; y él era el dueño de esa y otras de las mejores
quimeras del siglo.
-la activación del arma SS23 espera su aprobación-
-¿el doctor Deiter la envió?-
Preguntó sabiendo perfectamente porque el imbécil
hombre había elegido a esa joven. Idiota lame botas.
-si señor-
-venga conmigo-
La orden dejó a la mensajera bastante indecisa. Midjar
imaginó que el doctorcito no le había informado a la recluta que el supremo
general de las alianzas unidas era el hombre mas artero que se conocía hoy en
día; nadie ni nada pasaba por sobre él… y ella no sería la excepción; tenía que
admitir que el envió era muy bien aceptado, la noche anterior no había quedado
complacido en ningún sentido y la jovencita que no debía pasar los 24 años ante
él, prometía ser una buena merienda.
-¿crees que la capitana siga ahí?-
El fornido soldado terminó de cargar el camión, cerró
la portezuela y se dio vuelta para ver la cara de indiscutible duda en su
compañero
-más vale que siga ahí, no voy a seguirla por todo el
mundo-
-¿pero porque se fue?-
-¡mierda Gillor! ¡¿Cómo quieres que sepa eso?! ¡Se fue
y se fue! No estés pensando que siempre vas ha estar bajo su falda…- sonrió
ampliamente al notar el rubor inocentón que el enclenque joven tenía en la
cara; y no solo era él, en el maldito escuadrón había varios que no mas ver a
la intrépida capitana el rostro se les volvía un farol encendido y en sus
pantalones se movía su hombría; niños de pañales, eso era lo que eran, muy
pocos de esos mocosos habían tenido algo mas excitante ante ellos que los
sueños con aquella mujer.
-no pierdas más tiempo y ponte a recoger tus cosas, no
quiero que después me vengas a joder con que no tienes algo y quieres que te lo
preste-
-¡nunca te he pedido nada Samuel no difames!-
-si, si, como sea ya lárgate y deja de estar
lloriqueando por una mujer que nunca te va ha poner atención-
-¡que te estaquen el corazón con una viga de acero
oxidado!-
Samuel hizo el gesto de recibir el ataque y presionó
su gran puño bronceado contra su pecho sólido, cerró los ojos y dio tres pasos
atrás, como fulminado
-eres una mierda Samuel-
-igualmente camarada-
Se puso firme en toda su altura, el hombrecito no le
llegaba ni a los pectorales y le faltaban siglos para lograr tener su condición
física; nadie en todo el escuadrón dorado ni ninguno inferior podría contra él.
El oso dorado, fuerte como treinta hombres, veloz como los extintos guepardos… tenía
que admitirlo, tal vez se adulaba mucho, pero al momento de que la admirada y
deseada capitana había desaparecido él y solo él había tomado las riendas de
los escuadrones principales; el mismísimo general Midjar le dio las ordenes de
mantener a los siete grupos de escudos ante el cambio repentino. Nadie tenía
idea de porque la mejor capitana de la alianza se había esfumado; ella era
líder de cientos de los mejores hombres y mujeres guerreros del mundo, era la
pareja del hombre mas poderoso y el salvador de la humanidad ¿Por qué se había
ido?
-basta de niñerías, regresa a tu escuadrón y
prepárate, la salida es en quince ¡muévete!-
El segundo al mando del escuadrón bronce dio media
vuelta y regresó a su unidad; Samuel tomó su maleta y la acomodó sobre su
hombro, los dos escuadrones que iban en la búsqueda en la región de los grandes
picos nevados estaban armando sus respectivos destacamentos, los escudos de oro
y los escudos de bronce, conformaban exactamente treinta y dos hombres, solo
una mujer había llegado a formar parte del escuadrón principal y era
precisamente a quien tenían que encontrar. Viva o muerta.
La chica se agitaba a su ritmo, sus redondos y
asombrosos pechos se sentían ardientes en sus manos mientras seguía embistiendo
con brutal fuerza dentro de ella; sus gemidos eran dulces y perfectos para
hacerlo acelerar su movimiento, era una muy buena merienda, una que iba
antojársele muy a menudo;
Estaba seguro;
-señorita Razden…- rugió sin detenerse en su delicioso
trabajo -…al llegar a la sala de balística… informe que…- sintió el cuerpo
exuberante bajo el suyo que se contraía de placer.
Muy buena sin duda;
-…el arma SS23,
puede ser activada-
No supo cuando o como, pero ahora tenía a la
consternada Amelia atropellada contra el suelo, la mano derecha apretaba su
garganta mientras su cuerpo hacia de peso muerto para inmovilizarla mas.
-tú eres el enviado para detener la invasión de los
demonios…-
Su mano se aferró más; No era posible que ella supiera
eso, nadie sabía eso… nadie solo…
-¿tú eras la que me seguía?-
La mirada de dolor le contestó.
Había sido un idiota, había vuelto a creer, había vuelto
a desear…
-¿tu enviaste a seguirme? –
De nuevo Amelia simplemente lo veía y respiraba con
esfuerzo ante el enorme cuerpo sobre el lastimado de ella.
Merecía morir, merecía esa voz de odio y esa mirada de
desprecio.
-yo lo hice- logró decir con suavidad.
No tenía más que decir; Ella hacia quince años que
comandaba las tropas de la alianza, aunque solo dirigía las operaciones por
orden de aquella voz que siempre la mantuvo prisionera, pero fuera por voluntad o forzada había sido
ella quien condujo a los tres escudos dorados y a la hechicera para encontrar un
ser que le habían informado era una amenaza para la humanidad naciente y debía
ser puesto en observación para sacarle el secreto de su habilidad de camuflaje
y su destreza en combate… era su culpa; controlada o no; de que aquel furioso
guerrero fantasmal estuviera a punto de matarla por el martirio que había
sufrido él
-lo hiciste…-
Las palabras ahora salían de sus labios tensionados
llenas de ira y resentimiento, Amelia se lo merecía.
-¿y te gustó?... ¿te gustó perseguirme? ¿Hacerme sentir
un maldito engendro? ¿Te causó gracia que te haya ayudado? ¡Habla!-
-¡no!- chilló.
Intentó moverse. Apartar el contundente peso que
lastimaba su brazo y su pierna
-has de haber gozado a mares el verme atenderte, el
pretender que no sabías quien era…-
-¡no, no! –
Sintió un punzante dolor en su rodilla, Kravel usaba
su propia rodilla izquierda para aplicarle aquel tortuoso dolor
-¿ya le avisaste a tu grupo? ¿Les dijiste que el
maldito ángel que se les escapó estaba tratando de salvarte?-
Amelia detuvo su intento patético de resistencia,
¿ángel? ¿Eso era? ¿En verdad que tales seres existían?
-¡deja de verme así!-
El rugido fue quizás más fuerte que el golpe que lo
siguió.
Ella estaba acostumbrada a ser golpeada; Su vida había
sido una constante batalla entre los híbridos y los que la mandaban a matarlos;
Pero nunca en su vida había sentido un golpe en el hombro como aquel. No era
fuerte, no, pero le hacia doler algo muy adentro, mas profundo que la piel o
los huesos, algo que no parecía estar ahí antes de ese golpe; Algo que no
entendía por completo, ¿porque existía en ella y porque parecía que iba a
dejarla sin vida si recibía otro golpe?
-yo te veo…- dijo con un hilo de voz. Ya no podía
contener ese algo que no entendía, ese sentimiento desgarrador, abrasador
–yo me fui… no le he dicho a nadie… por eso me iba… no
quiero que te… no…-
El golpe en su hombro izquierdo parecía propagarse
ahora hasta su pecho, un calor doloroso se acumulaba en el centro de su abdomen
y mas el peso del enardecido ángel, tenía la certeza de que perdería la
conciencia en cualquier segundo… pero necesitaba mantenerse despierta. Tenía
que contarle lo que había pasado con ella y así tal vez podría encontrar una
razón para que esos ojos de hielo dejaran de verla con tanto resentimiento.
Buscó fuerza de quien sabe donde para ordenarle a su
cuerpo que dejara de resistirse, que dejara de dolerle y sobre todo que no
permitiera que su miedo se reflejara en su rostro o en sus palabras; había
aprendido hacer tales cosas tiempo atrás, había conocido tantas clases de
torturas que tenía que asegurarse a si misma que no permitiera que lo que él le
hiciera la volviera mas vulnerable.
-me escapé- dijo con una asombrosa calma; todo en ella
había cambiado, su cuerpo ya no se abatía bajo el suyo, sus músculos no estaban
tensionados y su rostro ya no mostraba ningún sentimiento
-escapé de ser la líder de los regimientos de la
alianza humana, dejé atrás todo… a todos los que me torturaban y me forzaban a
realizar trabajos horrendos… ya no podía seguir ahí, no después de que…que
comprendiera que todo por lo que había sufrido ahí era solo una fachada para
actos deplorables…-
Kravel mantuvo su mirada clavada en el rostro de ella,
un mechón del oscuro cabello se pegaba a la piel como la nieve de su mejilla y
podía sentir como el torrente de sangre por las venas del cuello circulaba con
mayor rapidez
-¿escapaste? ¿Crees que voy a creerte?-
-hace seis semanas que logré salir sola de los
perímetros de la base río negro, con la excusa de dirigirme a la ciudad este y
reunirme con el jefe de la alianza… pero fui a la cuidad sur para encontrar la
casa de un familiar… tuve que huir de ahí también… así fue como nos
encontramos-
La mano que apretaba su delgado cuello subió levemente
a su quijada para obligarla a subir su rostro
-no te creo-
Amelia detuvo su respiración. Su corazón se contrajo
hasta paralizarse y su mente le repetía esas tres palabras haciendo que aquello
tan profundo en ella explotara desbordando angustia y terror
-… Kravel… -
Esto se había acabado. Ya no mostraría misericordia
por nada ni nadie, esta era la última vez... Con su mano izquierda arrancó el
cabestrillo y junto con él la tela de seda salió rasgada hacia un lado y al
tener libre acceso apretujó con rencor el seno derecho; Ya no tenía nada que
soñar, nada de que preocuparse. Ella no era diferente de nadie.
Era la peor de todos.
Iba a sufrir.
Apretó la mandíbula haciendo que ella abriera su boca
para gritar y ante el gesto apuntaló con más fuerza la rodilla que mantenía
presión en el miembro fracturado de Amelia
-¿gritas? ¿Por qué?- gruño aumentando cada una de sus
presas contra ella
-¡¿Crees que me vas a volver a engañar?! ¡¿Crees que
me vas a enternecer con tus quejidos falsos?! –
La cólera hervía en esos ojos plateados y una oleada
de determinación se apoderó de Amelia.
A pesar del dolor, movió su mano izquierda hasta la
que sujetaba su quijada para obligarlo a apretar con más fuerza
-¡mátame! ¡Hazlo! ¡Será mejor que si ellos me
encuentran! ¡No voy a volver! ¡No voy a volver!-
Con un impulso y ante la total sorpresa de Kravel
estiró el cuello y presionó sus labios contra los de él. Un torrente de
ansiedad la inundó; eran tibios y a pesar de que estaban rígidos por la ira,
eran tiernos y se amoldaban a los suyos, no tenía idea que besar a alguien se
sintiera así de cálido. Él volvió apretar su garganta con fuerza y Amelia pensó
por un segundo que estaba muerta; Al parecer Kravel no consideraba su impulso
como algo bueno; Pero de inmediato la rigidez en esos labios cálidos se
derritió y eso que había despertado en su pecho y que parecía llorar ante la
idea de que Kravel la lastimara liberó una energía que hizo a su cuerpo entero
sentirse como una ligera bomba de jabón.
Él la besó con ansias y desesperación tanto y por
tanto tiempo que pudo probar la sangre que salía del labio inferior de ella y
Amelia dejaba que hiciera lo que nunca había hecho.
La besaba, la mantenía presa bajo su cuerpo y ella
respondía con notoria alegría ante el hecho.
Jamás había besado a nadie que no estuviera muerta de
miedo y que no gritara en su propia boca ante la fantasmal presencia que él
suponía. Pero Amelia lo había besado; ella se había movido para acercar sus
labios a él que por un instante creyó que nunca podría odiar tanto a alguien
como a ella.
Ahora no podía creer que pudiera besar a nadie mas…
debía tener ese cuerpo que se movía dulcemente a pesar de lo lastimada que
estaba, debía liberarla de su peso y alzarla en brazos para llevarla a la cama…
Pero una ráfaga de duda cortó todo intento; ella era
la culpable de que nunca hubiera tenido descanso, que nunca pudiera coexistir
con los humanos que supuestamente tenía que defender.
Detuvo su beso pero no se apartó de ella,
¿Qué tenía que hacer?
¿Estaba siendo engañado?
Era lo mas lógico.
Si, ella trataba de engatusarlo y así atraparlo
nuevamente, Amelia solo estaba actuando.
-eres…- mordió la palabra sobre sus labios, estaba
seguro que era falsa, que no era mas que un soldado entrenado para esto.
Amelia pudo notar la ira que aun mantenía él; y podía
comprenderlo, ella era una total extraña que le acababa de confesar ser la
causante de tanta miseria en su vida, merecía que él dudara de ella, que la
maltratara por haberle causado tanto dolor, pero no quería que la odiara. No
podría seguir respirando si Kravel lo hacía.
-golpéame- dijo con suavidad haciendo que sus labios
crisparan los de él que aun se mantenían contra los suyos –has lo que quieras,
tienes todo el derecho de hacerlo… pero…-
-¿pero que?- gruño mientras apretaba el seno en su
mano provocando el chillido agudo de ella -¡¿pero que?!-
Los ojos violetas ya no brillaban, están totalmente
nublados e inmóviles, desprovistos de toda señal de actividad.
Se había desmayado.
Kravel soltó un potente grito sobre aquellos labios
ahora inertes. Estaba totalmente confuso y dolido.
Despreciaba aquella mujer por haberlo acorralado de la
forma más cruel hasta volverlo un engendro. Lo había orillado a odiar al mundo
entero y vengarse de cuanta mujer que encontrara. Ella era la causante de que
fuera un vulgar ladrón, un horrendo monstruo que saqueaba las casas y desvirtuaba
mujeres por doquier.
Era el ángel caído, el único ser de su clase en ser
desterrado por voluntad propia.
Y ahora bajo él estaba la causante.
Podía hacerle lo que a todas esas mujeres inocentes
les había hecho y recordaba que ese había sido su primer impulso al verla y al
tenerla en su cama, tenía que haberlo hecho en esos momentos, había dejado que
sus tontos sueños le devolvieran ese aspecto angélico de bondad y cariño hacia
los seres vivientes….
-maldita…- susurró mientras liberaba a la inconsciente
hembra preparándose para quitarle la bata destrozada y poseerla.
Samuel recorría la carretera agreste como si
estuvieran tras él cientos de endemoniados, pero lo único que lo seguía era el
otro destacamento de hombres en los cinco autos negros y nuclearmente blindados
de la alianza; quería llegar a la zona de agrupación lo mas pronto posible; el
día había permanecido sombrío y eso no era un buen indicio, los híbridos
podrían salir si el lugar donde se encontraban estaba provisto de sombra
suficiente y la zona de la cordillera era un lugar perfecto; las laderas frías
y pobladas de bosques brindaban abrigo a todo tipo de criatura. Los pastizales
a la sombra de aquellos mismos bosques también eran un escondrijo óptimo y no
tenía la menor intención de pelear en esta misión; tenían que encontrar de una
buena vez a la capitana y someterla a la presencia de Midjar.
-maldita loca- masculló mientras esquivaba un enorme
bache con el simple girar sutil de su muñeca contra el volante.
Manejar nunca había sido un problema; mucho antes que
su padre le enseñara a conducir él ya dominaba esas maquinas. Sentía que se
volvía uno con ese caparazón de velocidad, no se cansaba de apretar el pedal de
velocidad sin importarle los sonidos de angustia de los imbéciles de sus
acompañantes;
Simples mocosos que acababan de entrar en el
regimiento;
¿Por qué tenía que ser él la niñera de tal grupo de
cobardes? Su escuadrón era el de mayor rango de los siete comandos de la
alianza y ahora tenía la tarea estúpida de cuidar a esos tontos niños.
Llegaron a su destino. La rivera norte del río que
bordeaba una de las montañas más amplias de la cordillera, detuvo el convoy lo
más cerca posible de los pastizales; ordenó a los guerreros más jóvenes que
establecieran el campamento, y a las escuadras de su grupo los mandó a
inspeccionar el perímetro y colocar las diversas medidas de seguridad.
Él comenzaría la pesquisa de inmediato.
Había analizado el relato de escape que Juval le había
dado a Midjar y a él. Conocía la historia de la vida de Amelia con cierto
detalle y en muchas ocasiones había escuchado a Juval contarle lo que pensaba y
lo que había vivido al tener al fenómeno como familiar.
Hacia cinco días Amelia había llegado a su casa
contándole que estaba en una misión de búsqueda rutinaria y que había decidido
pasar a saludarlo; en un comienzo no creyó que fuera un problema, sabía que
ella estaba sometida a Midjar y que él nunca dejaría que alguien como ella se
alejara tanto por voluntad propia, así que dejó que entrara y que saludara a su
querida esposa. Le permitió ducharse mientras la cena era preparada y cuando
estaban sentados a la mesa llegó el mensaje vía telefónica del escape.
De inmediato se lanzó hacia ella con la clara
intención de atraparla mientras le gritaba a su esposa que contactara con la
alianza y les dijera que la prófuga estaba ahí, pero la gentil y desentendida
mujer actuó de forma contraria e intentó detener su ataque y su monstruosa
hermanastra aprovechó la distracción de su atacante para escapar.
Juval discutió con su esposa unos momentos intentando
quitarla de su camino y poder usar las únicas armas que encontró en ese
instante: El bate de béisbol y el cuchillo de carnicero. Pero la necedad que
fundía los pies al suelo y las manos apretando sus brazos para detenerlo no era
una voluntad propia, sabía que Amelia tenía habilidades formidables pero ahora
comprendía a que se refería su padre aquel día al ver que un pequeño pajarito
estaba suspendido en el aire ante su recién llegada hermana. Amelia hacia que
las cosas se movieran a su voluntad, lo comprendió en el momento que intentó
liberarse del abrazo de su esposa y supo que solo matándola podría rescatarla
de ese truco, Amelia no era un híbrido como todos los demás, manipulaba y usaba
a cualquiera en su beneficio.
Samuel mantenía bien pendiente este dato, si Amelia
había controlado tan bien a la esposa de Juval, era de mucho cuidado.
Mas de lo que él siempre tuvo con ella; los años que
había sido su segundo al mando, creyó conocerla mejor que nadie, creyó que la
entendía. Una mujer fuerte, experta y firme en cada decisión tomada. Pocas
veces la vio sonreír; nunca escuchó una risa y sus ojos de ese curioso color
casi morado solo mostraban antipatía y frialdad. Era solo un soldado bien
entrenado. Jamás imaginó poder tener un contacto mas cercano a ella que el de
subordinado a superior y cuando supo que era la mujer del comandante general
por un momento se quedó hecho roca ¿esa mujer tan aislada era la amante del
supremo líder de los humanos? ¿Cómo era posible que algún hombre pudiera pensar
siquiera en ella de esa forma? Nunca entendía porque los demás subordinados de
su grupo y los demás escudos vivían fantaseando con ella cuando una mirada de
aquellos ojos irreales bastaba para mandar a callar al más agresivo animal o al
más imponente guerrero. Tal vez todos los estúpidos a su alrededor eran unos
masoquistas, o la escasez de mujeres entre las líneas de escudos fuera la causa
de que cualquier fémina en un perímetro cercano fuera su fuente de excitación
básica… al fin y al cabo la capitana no era una presa poco embellecida, tenía
que admitir que era una mujer preciosa; si te la encontrabas en cualquier lado
que no fuera dando ordenes, matando híbridos o golpeando a algún inexperto
nuevo recluta.
Nunca tuvo la oportunidad de verla en un ambiente que
no fuera tras las barreras de los centros de acopio de la alianza o en un
movimiento de su comando al campo de batalla. Ella solo era una guerrera, nada
más y nada menos, para Samuel no era otra cosa que su capitán… un capitán que
los había abandonado. Un capitán que huía de su responsabilidad por quien sabe
que razón.
Y eso era lo que lo motivaba a avanzar por entre la
espesa maleza y los árboles que comenzaban a amontonarse en el paisaje; tenía
que saber por qué ella había hecho lo que hizo.